“Somos nosotros dos, solitos, mi señora murió hace un tiempo”. El verbo en presente parte el alma. Lo dice Elías Cáceres el padre de Guillermo, el chico muerto a golpes en Las Tapias, un paraje tranquilo que gracias al último censo está estrenando su condición de municipio. 2011 habitantes, gente pacífica, tonada cantarina de Traslasierra .
A Guillermo le gritaron “flogger” con la estridencia de un insulto y después le pegaron hasta apagar en su cuerpo esmirriado cualquier vestigio de vida. Su padre no consigue usar todavía los verbos en pasado y lo describe como un chico bueno, de los que nunca tienen problemas con nadie, de los que salen con sus amigos, de los estudiosos, de los que no piden demasiado.
Elías soporta el interrogatorio periodístico de pie, sin llanto, pero quien lo escucha no puede evitar las lágrimas. Es tan absurdo que se haya quedado solo y es tan inexplicable que otros chicos que, como el suyo, nacieron y están creciendo en un lugar donde todo el mundo se conoce, sean capaces de una explosión de violencia irracional, cegadora, destructiva.
Necesitado de una explicación que le permita reducir la angustia, el mundo adulto salió a buscar con desesperación a expertos en floggers, emos, rockers, como si el conocimiento lo librara de las acechanzas o como si pudiera poner a sus propios adolescentes a cubierto de la ira de los que no toleran diferencias.
Si antes de que volara la primera patada la palabra que se escuchó como un reproche fue “flogger”, es inútil especular que los autores de la golpiza se las hubieran ingeniado de todas maneras para matarlo, pero uno sabe que si la noche tiene que terminar con algo de acción siempre se puede encontrar a un morocho/rubio, flaco/gordo, lindo/feo para reprocharle por lo que es.
Elías habla en presente pero sus posibilidades de ser feliz son cosa del pasado. Con cautela le preguntan por la ropa de Guillermo y recuerda que hace unos días le compró una chombita, “50 pesos” precisa, como poniéndole precio a sus últimas horas de alegría. El periodista quiere saber si en la casa tenían computadora y el hombre contesta que no, que su chico iba al ciber del pueblo. No dice nada del fotolog —probablemente nunca haya visto el de su hijo ni ningún otro; él es de otra época– y asegura que Guillermo solía servirse de la compu para completar la tarea para el colegio.
Ahí sí habla en pasado porque las clases terminaron hace unos días. La muerte lo encontró en la mejor época del año. Sol abrasador, siestas largas en el río, charlas interminables con los amigos, fines de semana en los boliches de la zona. Ese era el presente/futuro de Guillermo y su enorme vitalidad contagiaba la veteranía de su padre y le confería un nuevo sentido a sus años.
Elías se ha quedado solo. Sin lágrimas y casi en voz baja pide justicia. El chico que se llevó para siempre sus ganas de vivir tiene la misma edad de Guillermo. Para cuando la ley ajuste las cuentas con él, es muy probable que la moda de los floggers haya sido reemplazada por otra y, en consecuencia, ya no tendrá sentido reivindicarse como tal o atacar a los que se designan de ese modo.
LA VIOLENCIA, SIN EMBARGO, ESTARÁ INTACTA, PLENA, SIN TIEMPO, ESPERANDO QUE LA HAGA ESTALLAR UN INSULTO QUE PUEDE MENTAR COSAS VIEJAS O NOVEDOSAS, PERO SIEMPRE IMPLICA INTOLERANCIA.
A LO SUMO ELIAS PODRÁ OBTENER JUSTICIA PERO SU FUTURO EXPIRÓ CON EL ÚLTIMO ALIENTO DE SU HIJO.-
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